Una mañana de esta semana, a metros de una despreocupada calle Miguel Dasso ya en estado navideño, se proyectó el registro brutal de una de las peores barbaries contemporáneas. Era en el sótano fuertemente resguardado de un hotel. El ambiente era el de un velorio sin cuerpo. La misma pesadumbre.
Era la proyección de la recolección del material fílmico del ataque del grupo terrorista Hamás contra civiles israelís del 7 de octubre de 2023. Poco más de cuarenta minutos, un primer tiempo de fútbol, de sadismo y asesinato despiadado[1] en contra de ancianos, niños, mujeres y hombres desde tres puntos de vista: el del victimario, el de las víctimas y el de cámaras públicas que documentaron el horror con frialdad tecnológica.
El resultado era tan feroz que había que entregar el celular al ingresar y firmar un acuerdo de confidencialidad: uno se comprometía a no abundar en detalles escabrosos de lo que se estaba a punto de ver.
En esos videos se ven atrocidades que no se han hecho públicas. Se puede contar, espero, una escena secundaria que en el contexto de la carnicería es grotesca evidencia del desprecio por la vida ajena.
Un terrorista caza a un padre y a sus dos hijos menores dentro de su propia casa. Los tres en ropa interior. El padre muere por una granada. Los niños........