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Padre, ¿Por qué nos has abandonado?

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15.04.2025

Todo comenzaba con el Domingo de Ramos. Levantarnos tempranito y ponernos al servicio de la comunidad linceña que asistía a las 7:30 a.m., 10 a.m. y 12 del mediodía a la parroquía Santuario de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, sito avenida César Canevaro 1160, Lince. Yo era el encargado de repartir unos cuadernillos con la homilía y los cánticos de la jornada, algo así como el programa del teatro, pero en versión misa.

—¡Mamá, porque lo tengo que hacer!

—Tú sabes muy bien, Carlos Enrique, la promesa que le he hecho a Dios: tu papá tiene labio leporino, tú eras candidato a tenerlo también y gracias a Dios no saliste así. Tienes que cumplir mi promesa.

Y el pago fue pactado en cómodas cuotas anuales de mi presencia en procesiones de octubre y servicio toda la Semana Santa.

Desde repartir volantes, participar en el coro, limpiar la iglesia o pasar la canasta de las limosnas hasta reemplazar a algún acólito que, por estar en estado alcohólico, no fue a cumplir con su labor.

Luego, vendrían los días centrales, Jueves y Viernes Santo, recorrido de las siete iglesias incluido y cero consumo de carne para dar paso a su latita de grated de atún Compass con aderezo y pimientos, versión popular del bacalao a la vizcaína que alguna vez pude ver solo en la lámina Huascarán.

Dicho esto, la Semana Santa era una tortura china para mí. Mientras mis amigos jugaban en el parque, yo recorría la iglesia San José de Jesús María, la iglesia San Antonio de Padua en la avenida San Felipe, la Iglesia Santa Rosa de los hermanos Merino, la parroquia Santa Beatriz de la avenida Militar, cuadra 18, la célebre y siempre tan solicitada para matrimonios parroquia Nuestra Señora del Pilar en San Isidro, la iglesia Santa María Madre de la Iglesia en la Residencial San Felipe, la iglesia María Auxiliadora en........

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