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La junta maldita

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25.03.2025

Si hay algo que mi mamá odiaba sobremanera era la mentira. “Puedo perdonarte cualquier cosa, Carlos Enrique, menos que me mientas. El día que yo te pesque una mentira ¡te quemo la boca! ¡Ya lo sabes! ¡Te quemo la boca!”. La misma advertencia operaba para el robo: “El día que tú te robes algo, Carlos Enrique, ¡te quemo las manos!, ¡te quemo las manos, ya lo sabes! Y, por último, la amenaza piromaniaca de mi madre también aplicaba sobre los estudios: “El día que repitas de año, me vuelvo loca y quemo toda la casa. ¿Entendiste, Carlos Enrique? ¡Quemo toda la casa!”.

Ante tamañas ‘advertencias’ no me quedó otra opción más que convertirme en un mentiroso profesional, un cuentacuentos al revés y al derecho, un erudito de la falacia, un embustero del verbo, un kamikaze de las advertencias maternas.

Así las cosas, pintada ya la cancha, fui desarrollándome en todas las ‘artes’ que mi mamá había advertido como condenatorias. Mentía, y mucho, en el nido y más adelante en el colegio; mentía a las profesoras, a los alumnos, mentía sobre cualquier cosa que se me interrogara. Ratero también fui. Bastó con que mi vieja lanzara el aviso de quemarme las manos en caso de que incurriera en dicho delito, para que el fuego se encendiera en mi instinto y me expandiera en dicha materia. Yo era el niñito que cada vez que iba de visita a la casa de algún compañerito del colegio, regresaba a mi casa con uno o dos carritos MatchBox pegados en los bolsillos. En las fiestas de cumpleaños aprovechaba el pánico del momento de reventar la piñata y justo en ese instante tomaba la oportunidad para meterme al cuarto del cumpleañero y revisar cajones. Lo mismo hice de adolescente, pero ya no en las habitaciones de mis amigos, sino más bien en la de sus padres. Me encantaba entrar al dormitorio de los papás de mis enamoradas y revisar los cajones con la ropa interior de sus mamás.

Y respecto al último de los rubros que mi vieja sancionaría ferozmente con fuego, el de los estudios, pues no me quedó otra que convertirme en un falsificador profesional de firmas en el cuaderno de control, instrumento de comunicación entre mis profesores y mi madre en el que por lo general........

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