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Debí ponerme condón, CDSM

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18.03.2025

Este es el fin de semana que me toca exclusivamente con mi hija adolescente. Es decir, me corresponde desde el amanecer bañarme en aceite ante sus quejas, escuchar unas cien veces por hora que yo no sirvo para nada o que no sé sobre tal o cual cosa. Todo lo que diga será usado en mi contra, todo lo que deje o no de decir será juzgado, cuestionado y malinterpretado. A la hora del desayuno, el almuerzo y la comida, haga lo que haga, cocine lo que cocine, pida lo que pida del restaurante que sea, lo que saldrá de su boca como respuesta será un rotundo “AJJJJJ, QUÉ ASCO”.

Lo que más veré frente a mí será la puerta cerrada de su cuarto y, cuando se abra, ya sé que lo único que tenemos que hacer todos en la casa es huir, salir despavoridos, correr, alejarnos del lugar, liberar el terreno, porque lo más probable es que mi dulce adolescente arremeta contra el primer ser vivo que encuentre. Mejor multiplicarnos por cero, sus hermanitos ya están advertidos. Mari y yo somos los delegados ante dicha emergencia. Es algo así como el simulacro en contra de adolescentes. Defensa Civil, tarea de todos.

Una vez abierta la puerta de su cuarto, cueva, madriguera, relleno sanitario, caverna o cualquiera de las anteriores, porque todas y más le van, lo que corresponderá, de acuerdo al protocolo de supervivencia que he desarrollado en mi casa, será ponernos las máscaras antiolores que emanarán de dicha habitación. Evacuaremos todos al jardín mientras mi hija nos mira con desprecio y socarronamente nos dice que somos unos exagerados.

En el momento familiar, es decir, cuando estemos en el auto rumbo a casa de su abuela para respectiva visita dominguera, lo que acontecerá será una descomunal gresca a nivel barra brava entre mis tres hijos. Yo haré como que no me afecta, salvo que la sangre llegue al río, claro está. Mari se pondrá audífonos y juntos todos coexistiremos.

Más tarde, a golpe de las seis pasado meridiano, iremos a comprar unos cachitos de manteca al Rovegno de la avenida Dos de Mayo en San Isidro. Tendré la cortesía de comprar 35 cachitos. Uno para Mari, dos para mis hijos menores y otro más para mí. Es decir, serán cuatro unidades las que sacaré de la bolsa de papel. Los otros 31 cachitos de manteca se los tragará el flamante enamorado de mi adolescente favorita. Come como preso político y........

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