A mi me tocó extrañar |
Como si se tratara de una caprichosa asignación al azar, a mí me tocó extrañar. A veces imagino que en el preciso instante en que Dios repartía vínculos, justo cuando llegó mi turno, a mí me dijo que sacara un palito: “Si sacas el palito grande, vives con tus hijos; si agarras el palito corto…, los extrañarás”. Me tocó el corto, y dos veces. O, quién sabe, mejor de lejitos conmigo como papá, porque tal vez en dosificadas cuotas soy más efectivo.
A mí me tocó extrañar porque decidí elegirme primero. Si algo entendí en terapia a lo largo de mi vida es que, como ocurre en los aviones cuando la aeromoza explica qué hacer en caso de despresurización: “Caerán mascarillas de los compartimentos. Primero póngase usted la mascarilla y después auxilie a quien esté a su costado”, es decir, salvarme yo primero para poder ayudar a salvarse a los demás. Si yo estoy bien, tú estarás mejor; de lo contrario, seremos dos los muertos.
Soy un “extrañador electivo”, es decir, elijo mi condena porque entiendo que ordenar mi alma, antes de pretender administrar la vida de mis hijos, es fundamental. Cada vez que mis hijos se van después de un fin de semana conmigo, no hay objeto alguno que me consuele. Lo he intentado de todas las formas: oliendo su ropa, durmiendo con sus peluches, mirando las fotos que nos hicimos ese fin de semana, y nada puede llenar ese vacío que no es ausencia, sino, más bien, presencia sin cuerpo.
Es como un eco que se instala por toda mi casa, un silencio que me obliga a escuchar mi propia voz.
Extrañar a mis tres hijos me obliga a detenerme. Me siento en el sofá y puedo quedarme haciendo nada,........