Tener o no tener

25/10/202424/10/2024 Imagen de Freepik

"Mi bisabuela tuvo diez hijos. Mi abuela tuvo seis. Mi madre tuvo cuatro. Yo tuve dos. Mi hijo no tiene ninguno. Aunque tiene un perro. Pero el pobre perro está castrado".

Tomar la decisión no les llevó semanas ni meses. Les llevó años. Normal, porque, según ellos, era la decisión más importante que tomaban desde que estaban casados. Se llaman Gabriel y Ángela. Son licenciados, él en Geografía y ella en Historia, Historia del Arte, y ya tienen treinta y seis años. Cinco como pareja y tres de casados. Con papeles. Casamiento de ley, como el oro de sus alianzas. Por dar, tal y como ellos decían, una última satisfacción a sus padres que se lo pedían insistentemente. — ¡Qué pesados! ¡La última que les concedemos! Siempre con los papeles, los papeles. Los papeles... por si un día pasa algo. ¿Algo peor, querrán decir?

Por eso, estos análisis y reflexiones, discusiones a veces, con los pros y los contras colocados en los platillos de la balanza, los llevaban en secreto. Horas y más horas de largas y sesudas deliberaciones, de dudas y razonamientos, de extensas listas de gastos. Porque la de ingresos era tan raquítica que se completaba con un par de cifras. Siempre todo condicionado al dinero. Más que nunca, poderoso caballero.

Es verdad que las circunstancias en las que vivían en estos tiempos convulsos de la sociedad del progreso, no ayudaban mucho a tomar la decisión de multiplicar la familia: sus trabajos precarios, la inseguridad ante el futuro, la educación y los cuidados, más todos los nuevos gastos de alimentación y salud: ¿quién cuidaría de él, quién lo sacaría a pasear al parque, mientras ellos estuvieran trabajando? Y, ante todo, el precio del alquiler de la vivienda que los tenía arruinados. Abrasados. Quemados. Un verdadero atraco. Un robo legal.

Aunque llamarla vivienda era ser demasiado "idealista". Incluso calificarla de apartamento ya era generoso. Pongamos un estudio. Un estudio de 850 euros al mes. Que, al abrir la puerta, te situaba directamente en el salón, con su cocina americana, tal y como la llamaba la joven de la agencia inmobiliaria, con su sonrisa ciruplástica, cuando se lo enseñaba:

– Está todo muy recogidito, pero es muy coqueto, muy mono. El salón con la cocina incorporada, americana, para no tener que desplazarse con los platos. Más cómodo así ¿verdad? Esta ventana que, aunque dé al patio interior, por ser un quinto, da mucha luz. El baño, no se asusten si suenan las bajantes, en esa esquina, lo justo y necesario, pues para qué vamos a estar desperdiciando espacio, y esa puerta corredera que da al dormitorio. Al........

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