Allá por el año 1984, un reputado periodista hacía balance de los primeros años del gobierno socialista. Sería un error considerable de la izquierda, decía en su análisis Pedro Altares, “confundir la reforma de la sociedad con la mera modernización y el mejor engrase de una máquina a la que no se añade ni una sola pieza nueva”. La frase es igual de punzante, igual de poderosa, 30 años después. Porque ese es el objetivo por el que debe medirse siempre un gobierno de aspiración progresista: ser capaces de dar forma a esas piezas nuevas que cambien el curso de las cosas, ser capaces de desplegar una agenda de verdadera transformación social.
Poco después de cumplirse un año de legislatura, creo firmemente que este 2024 no pasará a la historia política del país por el ruido y la furia parlamentaria, ni por las soflamas incendiarias, ni por los seriales exagerados que llenan las portadas y las horas de tertulia. Este año referirá siempre al dolor sufrido por Valencia y sentido en el país entero, y a las responsabilidades políticas que se harán inapelables con el tiempo. 2024 referirá también a la Constitución, esta vez no como icono ni como arma arrojadiza, sino porque se logró por fin algo que parecía imposible: la reforma social del texto constitucional.
No es una cuestión simbólica, por mucho que los símbolos importen. El cambio del artículo 49, que consagra el derecho a la autonomía de las personas con discapacidad, es una conquista de la movilización social y un mandato que ahora debe traducirse en políticas públicas, como vamos a........