Todos somos terroristas

01/02/202431/01/2024

Hace apenas unos meses, cuando el PSOE y Junts encarrilaron la investidura de Sánchez y apuntalaron la ley de amnistía, la caverna conservadora sopló las trompetas del fin del mundo hasta agotar el aliento. Yugos y flechas se agitaron al viento en las aceras de Ferraz. Hubo rezos de rosarios, llamadas de auxilio internacional, desmayos, indicios inapelables de hecatombe. Los plumillas de la bulosfera se paseaban cámara en mano recogiendo testimonios de desesperación, llamadas a la subversión, evocaciones nostálgicas del glorioso alzamiento nacional. ¿Pero es que nadie va a pensar en los niños?

El otro día, la ley de amnistía tropezó con su primer bache en el Congreso y nuestra prensa ha vuelto a llenarse de mensajes torrenciales. "Es el fin de la legislatura", dicen unos. "Es una humillación, un oprobio, un desavío", dicen otros. Cualquiera diría que los jinetes del apocalipsis cabalgan ya a rienda suelta por los pasillos gubernamentales. Nos habíamos malacostumbrado a las legislaturas rodadas del bipartidismo, a la trituradora de las mayorías anchas o absolutas, a los gobiernos que gobiernan por las bravas, viento en popa a toda vela, sin tropiezo y sin razón. Se nos olvidaba que la política es la gestión de las diferencias, una guerra perpetua de posiciones.

Pero no hay novedad que no suene de algún modo antigua. El pasado mes de julio, cuando supimos que la supervivencia de Sánchez dependía de un complejo malabarismo parlamentario, intuíamos con claridad algunos escenarios. El primero: que la amnistía nunca fue un tabú proscrito, como planteaban algunos, sino una oportunidad para conciliar lo inconciliable. El segundo: que la derecha más fanatizada no iba a aceptar los........

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