18/04/202417/04/2024 Papeletas electorales con diferentes opciones políticas a las elecciones al Parlamento Vasco del 21 de abril.- EFE/Luis Tejido
Hace algunos años, mi amigo Alberto me planteaba un jugoso debate periodístico. ¿A quién debemos creer en el enjambre de opiniones gratuitas que inundan las televisiones, los periódicos y las redes? ¿Quién tiene más autoridad, pongamos por caso, para hablar del conflicto del Donbás? ¿Alguien que ha escuchado sobre su cabeza el silbido de los misiles? ¿Un periodista de guerra que acude a conocer la realidad sobre el terreno y tal vez chapurrea el idioma y ha leído algunos libros? ¿O quizá alguien que pontifica desde su casa y lanza al océano digital un repertorio de frases hechas igual que un náufrago desquiciado arrojaría una botella contra las olas?
Alberto quería hacer una defensa de los periodistas de la vieja escuela, esos que persiguen la noticia y dan testimonio directo en lugar de dormitar en el confort de las redacciones. Cómo no respetar a esa rara avis, esa especie en peligro de extinción cada vez más exótica y peor pagada. He disfrutado con las crónicas de Unai Aranzadi en América Latina. Admiro la audacia de Ane Irazabal. Me fascina la mirada de Olga Rodríguez sobre Oriente Medio. Ahora me dejo tantos nombres en el tintero que me siento en deuda con todos aquellos profesionales que se parten la cara por ofrecernos los matices más sustanciosos del panorama internacional.
El debate que planteaba Alberto, sin embargo, presenta muchos otros pliegues y contradicciones. Basta mencionar el caso vasco. Durante muchos años, nuestra tierra ha visto medrar un sucedáneo de reporterismo de guerra practicado por medios estatales que enviaban a corresponsales con ideas preconcebidas y un desconocimiento........© Público