La fábrica de consensos

03/10/202402/10/2024 Los palestinos inspeccionan el lugar tras los ataques israelíes contra una tienda de campaña para personas desplazadas en una escuela. Firma: Naaman Omar / Zuma Press

En 1988, Edward S. Herman y Noam Chomsky publicaron un libro al que siempre regresamos cuando queremos explicarnos el poder uniformador de los medios de masas. Los guardianes de la libertad tiene un regusto viejo a guerra fría y tal vez por eso, por su aparente caducidad, se ha vuelto más actual que nunca en un mundo que ha empezado a coser nuevos telones de acero. Todo antagonismo político se reviste de propaganda. Es por eso que las empresas de comunicación tratan de movilizar odios y simpatías mediante un cuidadoso teatro de gritos y de silencios, de énfasis y de omisiones.

El libro explota una idea original del periodista Walter Lippmann: los consensos sociales no obedecen a la espontaneidad ni a las leyes naturales sino que son confeccionados a conveniencia en periódicos, radios y televisiones. La opinión pública es cambiante, antojadiza y susceptible ante el impacto emocional de cualquier nuevo evento. En consecuencia, nuestra clase dirigente no escucha las demandas populares sino que las moldea a favor de unos intereses determinados. Lippmann lo llama "manufactura" del consenso o el consentimiento. "Consensuar" y "consentir" pertenecen al mismo nicho etimológico. Se trata de "sentir" conjuntamente, pensar conjuntamente.

Nuestras democracias liberales se fundan sobre los consensos mínimos del colonialismo, el imperialismo y la economía capitalista. Existe libertad de expresión siempre y cuando las opiniones disidentes sean minoritarias y no pongan en peligro ciertas unanimidades. Existe el pluralismo electoral a cambio de que el voto sea pastoreado por los angostos rediles del libre mercado. Y en esa permanente pugna de poder, los........

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