20/02/202419/02/2024 Foto de El Olivar.- Israel Merino
Hoy también voy a escribir sobre un barrio que nunca será el mío.
Andaba este viernes de borrachera en un karaoke en pleno Barrio de Salamanca –mejor ni preguntéis por qué – cuando Calvo y Aída, mis amigos, se cansaron y propusieron seguir de marcha por Carabanchel.
Ellos son de allí, se conocen el barrio como las arrugas de una agüela, y conseguimos en nada y menos entrar en una discoteca – de las buenas, de las de menos de seis euros la copa – cerca de la parada de metro de Oporto.
Fumando en la puerta, Calvo empezó a hablar de Carabanchel y de la antigua cárcel y de los pisos a bajo precio que conocía justo en el mismo edificio de la discoteca; todo iba bien hasta que yo también empecé a enumerar las virtudes del que consideraba mi barrio, Puerta del Ángel, describiendo con todo mi amor los chiquitos del Mauricio y la complicidad de El Olivar y las maldades en La Esquina de Eusebio cuando cae la noche sobre la calle Caramuel.
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