El frío de los pobres

Puede ser la vejez acercándose a marchas forzadas, pero la verdad es que este invierno estoy pasando más frío que nunca, un frío neurálgico, casi metafísico, que no sólo cala los huesos, sino que traspasa incluso la memoria. Hace casi dos décadas yo estaba paseando por Varsovia, del brazo de una novia polaca, con quince o veinte grados bajo cero, y no recuerdo haber pasado tanto frío como estos días. Allí los borrachos deambulaban a cámara lenta, como los escaladores en las rampas finales del Everest; uno de ellos amaneció abrazado a una farola, inmóvil durante tanto tiempo que pensé que había muerto de pie. “No te preocupes” explicó el hermano de mi novia. “Es el deporte nacional polaco”. “Está sujetando la farola” añadió su padre.

Al rato el tipo se fue desentumeciendo y a eso de media mañana descubrí que se había alejado cuatro o cinco pasos de la farola, aunque fui incapaz de sorprenderlo en movimiento, quizá unos operarios lo desplazaban en secreto cuando nadie estaba mirando o quizá estaba jugando al escondite inglés en Polonia. Evidentemente, si yo mismo había logrado aclimatarme en menos de una semana, aquel hombre estaba más que acostumbrado a esas temperaturas........

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