La isla boca arriba

“Las ventanas son los ojos de la ciudad”, dice algún personaje de Cortázar en Rayuela. Recuerdo la frase justo frente al cristal desde donde debería verse La Habana, pero no se distingue ni El Capitolio, siempre encendido pese a todo, ni los edificios. Solo unas luces uniformes de lo que imagino es el aeropuerto acompañan la oscuridad profunda.

Hace veinte, treinta, no sé cuántas horas que no hay electricidad, y uno ya no piensa en las causas, porque las consecuencias se amontonan como fichas de dominó, primero se acaba el agua, y después se apagan el móvil y la pequeña lámpara que ya es demasiado vieja y no tiene carga para resistir tanto. La resistencia es como la vida misma, con fecha de caducidad.

Cuando algo se pudre dentro del congelador, algo también se paraliza en las entrañas.

Enciendo el lector digital que me prestó una amiga para alguna contingencia. A la larga, hemos aprendido que en esta isla sui géneris a una eventualidad le precede y le sucede otra, y leer siempre es una opción para sumergir la cabeza en otro mundo, como el avestruz.

Por mucho tiempo supuse que el avestruz se escondía por timidez o miedo, pero leí hace poco que en realidad entierra su pico para comprobar el estado de los huevos en su nido, en ese instinto por preservar la especie, o para alimentarse. Ante una amenaza, lo más frecuente es que el avestruz salga huyendo.

Pensando en aves, en la supervivencia, en las certezas que uno asume sin entender de dónde vinieron, abrí el universo cortazariano donde “las casualidades no........

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