Retrato de familia: notas sobre política y cambios
Las percepciones compartidas entre medios de casi todos los colores acerca de la sociedad cubana es que esta se divide en dos polos. De un lado, los que ejercen el poder a algún nivel y los “oficialistas” que los apoyan (con tendencia decreciente); y el de los que se les oponen (en medida creciente), desde posiciones beligerantes o “independientes”. En el medio aparece una masa inocua, amorfa, extenuada, desangrada, etc., incapaz de reaccionar, salvo en explosiones de desesperación, y que, mientras tanto, sufre con resignación; o sea, callada o buscando cómo irse para alguna parte.
Esa representación convertida en mainstream también afirma que los jóvenes son apolíticos. Que prefieren irse del país a luchar por lo que creen justo. Que responden con los reflejos propios de su generación, absortos en las redes y sumidos en la enajenación del mundo hipermedial, en la evasión y la banalidad; que ignoran o desprecian la utilidad de la tecnología para el aprendizaje, la ciencia, el desarrollo, etc. Que no se atreven a usar el espacio de sus organizaciones e instituciones para reivindicar lo que creen justo y necesario para ellos y para la sociedad. Que cuando no comparten los modos cristalizados y ceremoniales de la comunicación social y del discurso es porque son “apáticos”. Que viven en un país anacrónico, y en una cultura desfasada, fuera del mundo contemporáneo.
En medio del páramo así descrito, donde todo viene a ser ideología, las únicas luces de esperanza emanan de una cierta “sociedad civil”, donde residen las voces del cambio. Es decir, un sector privado, aunque vivo, en cuarto menguante; unas iglesias evangélicas, protestantes y católica, que aportan lucidez, sentido democrático y orientación progresista al pueblo que las sigue; una oposición residente dentro y fuera, cuyos órganos de difusión son fuentes de información veraz y balanceada, y cuyos intelectuales son dueños de las visiones más confiables para explicar lo que está pasando.
La subida abrupta y en medida desproporcionada (según expectativas acerca de un servicio público) de las tarifas de internet ha sido un evento puntual cuyo efecto más significativo no ha sido económico, ni ideológico, sino sociopolítico: poner de relieve, en alta definición y contraste, una franja de la esfera pública casi siempre ignorada y olvidada. Me refiero a la “familia socialista” en toda su real pluralidad.
Sobre una parte de esa “familia”, su diversidad, vibración, medios de expresión institucional o no, puntos de convergencia y divergencia, intento armar estas notas.
Esta reacción abarca voces orgánicas a grupos sociales diversos que se ven afectados por la medida; no solo estudiantes, sino adultos mayores, artistas, académicos, etc. Los medios que canalizan estas reacciones son también variados, incluidos órganos e instituciones establecidas.
La AHS, organización de escritores y artistas jóvenes, fue de las primeras en responder a la subida de las tarifas de internet. Sus argumentos iban en defensa de quienes “dependen cada vez más de plataformas digitales”, “en especial los que radican fuera de capitales provinciales”, cuyo acceso se va a hacer “insostenible para muchos creadores”; así como el de “transmisiones en vivo de sus eventos” imprescindibles “para llegar a diversos públicos” dentro y fuera de Cuba. Se hará más difícil “la descarga de libros, audiolibros y videolibros” en medio de una “escasez de papel para imprimir obras literarias”.
Ese argumento concluye con una........
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