Una fiesta perpetua
La tardenoche de ayer domingo la pasé con una amiga cubana de visita en Madrid. Nos encontramos a la hora dorada en que el sol corona la fachada de los edificios. Caminamos más o menos sin rumbo admirando la ciudad hasta que decidimos entrar a un café. Después de un buen rato conversando, al salir, nos sorprendió la noche y el diseño espectacular de las luces de Navidad en la Plaza de Canalejas.
Un cielo raso de colores brillantes sobre nuestras cabezas despertó una alegría instantánea y somera que logró aliviar algo de la angustia punzante tras una tertulia sobre Cuba.
Seguimos avanzando hacia la Puerta del Sol para terminar el encuentro, y al llegar allí nos dimos cuenta de que, durante los pocos minutos de nuestro corto recorrido, este 7 de enero, como estaba previsto, alguien accionó el botón de apagado.
Fuimos testigos distraídas del punto final de una gran fiesta. El árbol de 35 metros en Sol no era ahora más que una armazón oscura en medio del ajetreo de la multitud, en sus bajos.
Comentamos el hecho sin trascendencia, como algo curioso para nosotras, con tan poca costumbre de estas “iluminaciones”.
Como en Madrid, en muchos otros sitios del hemisferio norte y hasta del sur, pasado el Día de Reyes, se cierra este capítulo. Pero es solo un breve descanso, porque ya se aproxima un nuevo jolgorio.
Pronto, una y otra vez, habrá un nuevo motivo para sacar a las personas de sus casas, a las calles y plazas, para estimular las compras y los regalos, los viajes, la diversión; las chucherías, la buena mesa y el vino (o sus variantes); la reunión de amigos, de familias; en los pueblos y en las grandes ciudades.
En febrero llegarán los carnavales. Los bazares chinos ofrecen disfraces y accesorios de usar y tirar. En los colegios los niños y sus profesores planifican sus........
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