En las clases de una asignatura llamada Problemas de la economía cubana hablábamos de tópicos como “capital humano”, “ineficiencia de las empresas estatales” y excesivo “sistema de estimulación al personal de seguridad” en contraste con los bajos atractivos pensados para el personal productivo. Eso fue hace muchos años.
No sé de qué puede hablarse hoy, pero sí recuerdo que aquellas discusiones, siempre alentadas por los más discutidores y avezados de la clase, generaban en mí gran curiosidad, aunque después imaginaba una realidad paralela en la cual desarrollaba ideas como esta de la “fabulosa fábrica de sueños” que ha terminado siendo “Una parábola fabril”.
Era el resultado de mis lecturas de entonces, atraído por libros como los de Juan José Arreola, Eduardo Galano o George Orwell. Después, mezclando esos recuerdos con imágenes y ambientes como los que consiguen filmes del tipo El increíble castillo vagabundo, de Hayao Miyazaki, me han permitido consolidar la idea que hoy recupero para ustedes.
Ahora sí:
Hubo una vez cierta industria que llegó a ser reconocida como la más importante de su tipo. Era una fábrica de sueños y quimeras, y tenía tal capacidad para producir en serie que exportaba a todos los continentes.
De haber existido el comercio interestelar, cualquiera de sus “rubros de exportación” (tal era vocablo de los heraldos) habría sido reconocida en toda la galaxia con certificaciones........