Takijiro Onishi, in memoriam

A mi tío Mandy, que me inició en tantas cosas,

incluido el amor por la cultura japonesa.

En las últimas etapas de la Guerra del Pacífico, el Ejército imperial japonés comenzó a perder el control de las islas aledañas, y las ciudades de Japón, construidas básicamente de madera y papel, se vieron de pronto expuestas a terribles bombardeos. Gran parte de las fuerzas terrestres japonesas estaba empantanada en una campaña interminable en China sin victoria posible, mientras que las navales y aéreas no lograban reponer sus pérdidas con suficiente celeridad para hacer frente a la gigantesca embestida militar de EE. UU.

Aquella guerra, paradójicamente iniciada por Japón para proveerse de minerales y recursos energéticos, había terminado por agotar hasta las últimas reservas del país. En ese momento supremo, el alto mando nipón concibió la estrategia de lanzar ataques suicidas a gran escala, a fin de mostrar al enemigo que le resultaría demasiado costoso acercarse, y todavía más invadir sus territorios. Uno de los comandantes designados para organizar estas misiones fue Takijiro Onishi, contralmirante de la Oncena Flota, quien llegaría a ser vicealmirante del Estado Mayor de la Armada.

Onishi se opuso inicialmente a aquella táctica desesperada por considerarla una “herejía”. Pero al ver cómo sus cazas eran destruidos en el aire a causa de la inexperiencia de los reclutas que los pilotaban, o destruidos en sus hangares a causa de la escasez de combustible, modificó su perspectiva y apoyó la creación de los llamados “cuerpos de atacantes especiales”.

En 1944 el........

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