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Rafael Quevedo, alas dentro

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08.02.2025

Un viejo amigo, al que le ha dado por investigar distintas corrientes dentro de la canción popular en nuestro país, me pregunta por Rafael Quevedo. Hace años que lo he perdido del radar, me dice. Si lo localizas —insiste—, trata de exprimirlo; apenas tengo datos sobre él, y ni siquiera sé si está en activo.

Lo hallé, lo contacté en Mendoza, Argentina, su lugar de residencia desde hace varias décadas; y no, no hubo que exprimirlo. Rafael Quevedo se exprime solo. Muchas lluvias han caído, mucha agua ha fluido debajo de los puentes, desde aquel lejano 1972, cuando un grupo de alucinados cantautores de todo el país decidieron formalizar lo que ya era un pujante movimiento: la Nueva Trova.

Los recuerdos, como las penas que cantó Sindo1, se agolpan unos a otros, y Quevedo tiene que hacer un gran esfuerzo para domeñarlos y, sobre todo, para dosificarlos a los efectos de esta entrevista.

Fluya la memoria.

Provienes de Santiago de Cuba, cuna de la canción trovadoresca. Sin embargo, tus pininos en la música fueron en un grupo que tocaba canciones de Los Beatles, con el mismo formato del grupo inglés. ¿Cómo se dio ese “contagio”? ¿No era así que ese tipo de música estaba censurada?

Era un grupo barrial. Todo empezó con mi primo Rafaelito el Flaco, al que se le apareció un buen día el padre —que vivía en la Yuma— con unos cuantos LP de Los Beatles de regalo. Como los entró a Cuba no sé, y ninguno le preguntó, lo cierto es que apenas escuchamos los primeros acordes de la banda, el virus de la beatlemania se apoderó de nosotros. Había que tocar guitarras, batería y ser 4.

Con tres guitarras, todas duras, de aprendiz, una de ellas para el bajo, y con libros, cazuelas y laticas de betún para la batería, Chichi Blanco (Paul), Jorge Cola de Pato —por el carro que tenía su madre— (George), Juan Sanfeliz (Ringo) y yo, que, por supuesto, era Lennon, comenzamos esa aventura. Con la diferencia, ya en aquel entonces, de canciones propias, pedorras, todas de Chichi y mías, a las que le intercalábamos algún hit de los Beatles para que las chicas, nuestras fans, que nos escuchaban por las ventanas del cuarto de ensayo, no se aburrieran. En esa misma casa, la de Chichi, nos reuníamos a escuchar en onda corta el hit parade de la BBC de Londres. Jamás olvidaré el impacto que me causaron los instrumentos de viento en Penny Lane (trompetas, oboes, corno inglés en una canción rock), ni la entrada al conteo de 4 de la potente “Taxman”, o la magia de “Eleanor Rigby”; y qué contar de esa “manifestación del alma” que es “Stranberry Fields Forever”… Eso sí: odié “Obladi Oblada”.

Con las descargas, descubrí todo un mundo subterráneo de pepillos que los bailaba y los cantaba en Santiago de Cuba. Porque en aquel entonces —años 1960, 70—, en las fiestas a las que asistía se bailaba rock, y lentos. Yo prefería los lentos, era la puerta de entrada al ligue…Y todo a pesar de la censura, no solo a Los Beatles, también a los Rollings y a toda música que sonara con ese tenor. Para trasladar de casa estos discos, escucharlos en otro recinto, los metíamos en carátulas de Pello el Afrocán —me acaba de recordar Chichi, desde Buenos Aires—. Con decirte que la casa del barrio donde nos juntábamos a bailar y a oir a los Beatles, quedó fichada. Nos enteramos del “dato” por mi tía, que bien lejos del baile, en su trabajo, le soplaron que la casa estaba marcada por las reuniones con esa “musiquita”.

Hablas de una profesora que te mostró a un Martí fuera de los discursos y de los pedestales.

Fue en la secundaria.

¿Recuerdas su nombre?

Gladis Horrutinier. Tuve el gusto de su amistad durante toda su vida, pues una de sus hijas —Gladisita—, se sumergió en la ola que me envolvió después, la “nueva” trova, por lo que compartimos durante un puñado de años la escena santiaguera, y ahora a lo lejos, seguimos en contacto.

¿Qué significó este hecho en tu vida? ¿Sus ecos llegan hasta hoy?

Gladis, mi profe, no solo me dio su Martí, también me paseó por la poesía de Antonio Machado y sus proverbios, la de Lorca y sus obras teatrales, la de León Felipe, Unamuno, Lope de Vega, Quevedo, Góngora, José María Heredia, Nicolás Guillén, el Cucalambé, Gabriela Mistral… En fin, que fue ella la que sembró en mí la curiosidad poética.

Asumo, por tu testimonio, que el encuentro con la música de Serrat y Silvio provocó en ti una conmoción. ¿Cómo fue ese contacto primero? ¿Qué resortes movieron estos imprescindibles de la canción en nuestra lengua en el joven que eras por entonces?

En esos años la música que sonaba en las radios cubanas no contaba con mi entusiasmo, con la salvedad —y solo en carnavales— de las orquestas de música popular bailable, que disfrutaba mucho. El resto me parecía todo muy dulzón, muy manido. En eso, entra en mi radar Silvio. Llegó por mi madre en una noche en la que estaba viendo tele; yo pasaba por su lado y comentó: “Mira qué interesante lo que canta este muchacho”, y ahí quedé hasta el final del programa. No lo volví a escuchar hasta unos cuantos meses después, en casa de mi novia, que tenía la costumbre de poner el programa Nocturno, nuestra música de fondo. Un día de esos, oí “Tu nombre me sabe a hierba”; en otros, “Poco antes de que den las 10”, “Balada de otoño”, “Manuel”, y me sucedió lo mismo que aquella noche con mi madre cuando vi a Silvio en la tele, que por cierto, lo volví a escuchar por esa época, de vez en cuando, en aquel mismo programa con “Es sed”, “Y nada más”…

Esto confirmaba mis sospechas: en español, en cubano, se podían decir cosas en canciones que fueran más allá de la melcocha de lugares comunes que se entonaban por aquel entonces, con poesía, humor, ironía, con buenos relatos. Desde ese tiempo, mi empeño es tratar de lograrlo en lo que compongo, en lo que canto.

¿Recuerdas en qué circunstancias compusiste tu primera canción? ¿De qué trataba? ¿La mantienes en tu repertorio?

He roto muchos papeles llenos de palabras y he borrado muchas cintas, archivos, buscando la canción, y aún sigo. Si mi canción (entiéndase, texto y música como un todo) no me entusiasma al mismo nivel que las buenas canciones de mis amigos trovadores —que por suerte he tenido muchos y muy buenos— o la de mis maestros, es porque no lo vale.

Mis primeras canciones, ya con algo más de búsqueda en la manera de decir, nacen en aquellos años habaneros en que me encontré con Amaury, con Sara; lamentablemente apenas las recuerdo. Las dejé de tocar porque me parecían muy silvianas —salvando las distancias— y así fueron quedando hasta que las borré de la memoria, no tenía grabadora. Me vienen a la mente algunos títulos: “Guajira”, “Cuba”, “La distancia”, “Para todos”, “Soles”…

A mediados de 1972 compongo “Martha” y “Qué más”. Es esta última la que señalo en definitiva como mi primera canción,........

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