Pierre Kalfon Foto: Alfonso Gumucio
Mi amigo Pierre Kalfon me dejó un regalo precioso antes de despedirse de este mundo a los 89 años, el 14 de octubre de 2019: un ejemplar de sus memorias Gracias a la vida (así en castellano, aunque el libro es en francés), publicada un mes antes de su muerte y dedicada a su bisnieta más reciente, Clara Victoria Agatha. “Una manera de unir un siglo a otro”, escribió. Pandemia de por medio, recién pude recoger el ejemplar tres años después, de la mano de su hijo Jerome, quien me contó las circunstancias de su partida.
Al leer la obra que publicó como edición personal limitada y sin sello editorial, “para la familia y algunos amigos”, rememoro las veces que estuvimos en París, en Managua, en Roma o en La Paz, y lo mucho que disfruté su amistad, su jugosa experiencia latinoamericana y su sentido del humor. Cada vez que llegaba a París, sabía que tendríamos al menos una tarde o noche de charla, buen vino y quesos, con Pierre y con Nicole, a veces con Theo Robichet o Jean Mendelson y otros amigos, en su departamento del sexto piso en la rue Quatrefages, muy cerca de la Gran Mezquita y del Jardín de Plantas, a cuatro cuadras de donde aterricé como exiliado novato en 1972, y muy cerca de donde ahora vive mi hija mayor y dos de mis nietas. Es como si el destino hubiera acercado los espacios en el mapa para facilitar los encuentros.
Tengo 22 páginas de notas tomadas a mano mientras leía sus “reminiscencias” (término que él prefirió en lugar de autobiografía), y no sé si podré resumir mis emociones y hacer un comentario digerible. Cada página me trae a la memoria anécdotas e imágenes, como si fueran la llave para transitar de ida y vuelta un portal del tiempo comprimido. Él mismo en el preámbulo aborda la dificultad de escribir una autobiografía, que califica de “misión imposible” porque la única manera sería con una película que registre todo hasta en los mínimos detalles, pero eso “sería aburrido”.
Pierre no escribió sus memorias porque ya no veía. Las dictó a su amiga Colette Vacquier y luego revisó con otro amigo y colaborador, Karim Sarroub. Una degeneración macular le impedía leer y escribir. Los últimos correos que intercambiamos eran cada vez más cortos y espaciados, y cuando nos veíamos en París notaba su enorme frustración, aunque su visión periférica le permitía todavía desplazarse solo por su casa y por el barrio.
Los diez capítulos de su última obra cubren en 280 páginas una vida plena laboral, creativa y familiar, desde su nacimiento en Orán (Argelia) de padres judíos sefaraditas, hasta sus últimos años en París, pasando por su tiempo en Argentina, en Chile, en Colombia, en Uruguay y en Italia, en diferentes capacidades: director de la Alianza Francesa, agregado Cultural, corresponsal de Le Monde, funcionario cultural de la Unesco, escritor, etc. Una vida que él escogió variada y orientada sobre todo hacia América Latina y con especial devoción por Chile (donde estuvo en dos periodos), lo cual explica entre otras cosas el título de sus memorias, tomado de la canción de Violeta Parra.
Aunque solamente regresó a Orán en dos o tres ocasiones, sin duda su infancia y adolescencia allí lo marcaron profundamente. Argelia era todavía colonia francesa y desde sus primeros años Pierre fue testigo de las luchas por la liberación, pero también de un entorno cultural muy diverso, donde judíos como él convivían con árabes y españoles pobres. Su destino de pied noir (“pie negro”, francés nacido en el norte de África) sería un sello identitario a lo largo de su vida. “Profundamente ateo”, cita a su buen amigo Edgar Morin, también judío: “Puedo, como Spinoza, ser ajeno a toda idea de pueblo elegido. Puedo y quiero basar mi filosofía en el mensaje de la democracia y de los filósofos de Atenas y no en el de las Tablas de la Ley.”
En Orán fue testigo de la II Guerra Mundial, la disputa territorial y el desembarco de los soldados gringos en 1942. Su afición por la pesca submarina pero también por el esquí de montaña data de esos años. Puede parecer improbable, pero su primera experiencia de esquí (de las muchas que tendría en Francia, en Suiza, en Chile y en otros países) se produjo en las alturas de Chréa, en la propia Argelia, a menos de 70 km de la capital. Su espíritu aventurero lo llevaría a muchas otras montañas a lo largo de su vida.
No duda Pierre en narrar con naturalidad y sin ninguna inhibición otro tipo de “aventuras” que fueron centrales a lo largo de su vida. En Orán fue desflorado (dépucelé) a los 17 años y a partir de allí su biografía está sembrada de guiños que sugieren las aventuras que tuvo, toleradas por la única mujer que importó en su vida, Nicole Kervévan, madre de todos sus hijos con excepción de la mayor, que fue resultado de una corta aventura juvenil. El sexo es un leit motiv importante en este testimonio autobiográfico, y era un tema recurrente en nuestras charlas. De hecho, para su libro anterior, Amour (pas) toujours (2019), pidió a sus amigos y amigas, incluido yo, el relato de una experiencia íntima, que luego transformó con picardía en una serie de cuentos eróticos, disimulando con seudónimos a los autores originales.
Su primer viaje a París, a los 17 años está marcado también por la aventura con una dama de compañía que le dejó un recuerdo indeleble… y requirió de tratamiento médico. Pero lo importante es que París se convirtió muy pronto en su destino, ya que decidió estudiar allí cine, nada menos que en el IDHEC, el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos (donde estudié veinte años más tarde), y después literatura, embrujado por El rojo y el negro de Stendhal. Lo disuadió el historiador Marc Ferro (otra casualidad que nos vinculaba, ya que fue mi profesor en la Escuela Práctica de Altos Estudios Sociales). Finalmente, luego de idas y venidas entre París y Marruecos se inclinó hacia las ciencias políticas.
El futuro del joven Kalfon se iba dibujando al azar de las oportunidades y de las decisiones que tomaba guiadas por su sed aventurera, por ejemplo, su temprana adhesión al Partido Comunista Francés a los 19 años de edad, o su primera paternidad (irresponsable según él mismo), a los 22 años de edad luego de una relación tan apasionada como breve. Fue padre por segunda vez, a los 24 años, cuando le tocó el servicio militar, en plena Guerra de Argelia. El azar quiso que, por su mal comportamiento en el cuartel de Vincennes, donde estaba a cargo de la cinemateca del ejército, fuera destinado como castigo a la base de paracaidistas en Romainville. “Un........