La humanidad tiene una moral doble: una, que predica y no practica, y otra, que practica pero no predica. (Bertrand Russell)
Es primavera. Estalla la luminosidad y el esplendor de los colores. La escarcha de los tejados se mueve al amanecer al ritmo de la batuta solar. Comienzan los trinos de los pájaros, y los niños se dirigen en bandadas a colegios e institutos donde van descifrando los enigmas de la vida. Pólvora y primavera se vigilan en las cruentas guerras que ensombrecen los días y no nos dejan olvidar a ninguno de sus muertos. Como un Hamlet dubitativo, recordamos que venimos de la infinita oscuridad y, antes de volver a ella, salimos a la luz en un punto del planeta donde intentamos danzar, según nuestra fortuna y del modo más placentero posible, al son de las pasiones humanas, llenando de dulzura los cartílagos para que el milagro de vivir y el concepto abstracto de la felicidad hayan merecido la pena. En medio del absurdo cósmico tenemos la posibilidad de reinventarnos el mundo, de encontrar ante la muerte un tiempo de belleza, amor y compasión que siga diferenciándonos como humanos, apartándonos de la cruel carnicería que se libra en el planeta. Pese a cualquier problema universal, cada día da varios vuelcos el corazón por los sentimientos que conforman la urdimbre de nuestra vida emocional. Un niño amado muestra todo el futuro y belleza de nuestro universo sensitivo en el que la hermosa insensatez de la adolescencia nos sumerge en la fuerza iniciática de la vida. El despliegue fascinante de nuestra existencia ha de enseñarnos el hallazgo de vivir honestamente en una vida limpia e imaginativa en la que podamos mostrarnos como somos, libres de las descalabradas farsas que el progreso y consolidación de la doble moral nos aportan, conduciéndonos sibilinamente a........