“La responsabilidad del hombre aumenta en la medida en que decrece la de los dioses” (André Gide)
Recomendaba Balzac, a los jóvenes escritores de París, que se integraran durante un periodo de tiempo en una pequeña ciudad, alegando que en estos lugares la minuciosa observación de la conducta y deseos del ser humano resultaba más fácil, más fecunda y concreta. Esta recomendación es extensible a quienes ejercen las funciones del Gobierno, puesto que en la gran ciudad se encuentra una adulteración confusa de la realidad, quedando más oculta la individualidad pura. Es en estas pequeñas ciudades donde se percibe el ambiente de la política y los sueños, necesidades y esperanzas del ciudadano. La grave crisis moral que padecemos nos hace reflexionar sobre una decadencia progresiva que el ser humano no sabe detener. El hombre, en palabras de Hobbes, se ha ido convirtiendo en lobo para el hombre.
Un nuevo coloso, émulo del de Rodas, tendría que pisar fuerte para no resbalar en este chapapote generado por la viscosidad de una política que muestra la pobreza moral de su inventario, reflejando la discordante sustancia de la verdad; una dura realidad que hay que tocar con guantes, realidad con la que, si viviera Baudelaire, habría podido ampliar Las flores del mal, mostrando la horca nervaliana del poeta que pende sobre las democracias desnutridas que, junto a la nuestra, beben su copa en un brindis triunfalista y equívoco que las aleja de su solidez. El presidente del Gobierno es hoy un Narciso que ya no se ve reflejado en las aguas de las plurales fuentes de España, en las que comienzan a dejar de beber sus ministros. Da la impresión de que Barcelona custodia una nueva caja de Pandora de la que va saliendo un interminable serial, narrado en capítulos,........