Breves reflexiones

Amé y fui amado: basta para mi tumba. (Alphonse de Lamartine)

Llega noviembre, con sus flores otoñales, removiendo los recuerdos y añoranzas que dejaron en nosotros los seres amados que abandonaron la vida. Volvemos a los cementerios, sintiendo los diversos grados de orfandad que se desgranan con la pérdida de un ser querido. La vida es, con frecuencia, una mezcla de sombra y aurora en la que cuerpo y espíritu se lamentan de envejecer por separado. Cada ser vivo es un cauce por el que fluye la vida, cauce que desaparece al llegar la muerte como definición final de nuestra existencia. Enmascaramos nuestra finitud de mil maneras desesperadas en las que el eco de nuestras preguntas no logra encontrar respuesta, y, nuestro corazón, como un rojo jilguero, anda picoteando el alpiste de los años con el temor de perderlo. La muerte –única certeza del ser humano– se aproxima hasta nuestra orilla invadiéndonos con su silenciosa marea y su sueño sin sueños. El tiempo nos va desnudando de superficialidades acercándonos a su apeadero, con el alma en suspense entre la luz y la sombra, mientras la brújula del mundo nos marca nuestro destino. A veces la vida nos deja un cadáver flotando en el alma, y vemos la existencia, como en un tango, descangallada e ingrata, con un futuro en tiempo muerto, un silencio doloroso y un lecho de solitario insomnio cuya almohada semeja ser una piedra gótica. Vida y muerte están en nuestra existencia. El hecho de que la muerte esté al final del camino es la causa propulsora por la el que el ser humano se vuelve creativo, llevándole a disfrutar y amar cada instante de su vida. Toda la fuerza poética y toda la........

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