‘Bright lights, big city’ |
No serían más de las seis cuando cogí la villavesa en la avenida de Barañáin, línea 4, dirección este. Empezaba a oscurecer. Había dejado atrás el silencio abacial de la Biblioteca General y volvía a casa. Un festival de conversaciones, risas y cháchara de móviles anegaba el interior del autobús, conducido por una joven de porte templado, ajena a la algarabía que se batía a su espalda, la de una barahúnda que iba al centro con el ánimo de zambullirse en el espíritu de la Navidad, lo que quiera que eso fuera.
Nos detuvimos en Irunlarrea, zona hospitalaria. Nadie bajó, pero varios usuarios, algunos pertrechados con mascarillas, subieron y no tardaron en incorporarse al jolgorio ambulante que cruzaba la geografía urbana de un cabo al otro. Tras una parada en la rotonda de hospitales, el vehículo articulado giró para embocar Pío XII hasta detenerse frente a la Clínica Universitaria. Entre el marasmo de los que entraban y los que salían, tuve la suerte de pillar un asiento en ventanilla. Ya con la noche encima, el autobús se deslizó por una........