Ya no se enseña a argumentar y el debate público está dominado por lenguaje soez, ataques verbales, insultos, etc. El deseo de obtener la razón de una manera poco honesta nos vuelve a algunos ciudadanos cansados y desconfiados. Existe en mí un sentimiento de que no le va muy bien a la civilización de la argumentación. El arte de persuadir mediante el razonamiento parece pasado de moda y la capacidad de debatir con educación y racionalidad escasea. Así, recurrimos a los insultos, normalmente pronunciados subiendo el volumen de la voz, incluso gesticulando y repitiendo expresiones inconexas. Para muchos, es importante prevalecer, reducir a los demás al silencio, incluso mediante la intimidación verbal o no verbal. Ni siquiera el lenguaje de los políticos escapa a ello.
El insulto en su forma política esencial es una agresión –éste es también el significado de “insultar”: “saltar”– que consiste en disminuir el honor, el prestigio, la gloria… del oponente, golpearlo en el corazón, en su propia imagen,........