El final del libre comercio

En ocasiones los giros bruscos en las tendencias económicas y políticas tardan un tiempo en ser percibidas, no solo por el común de los mortales, sino también por quienes debieran estar más al tanto de los vaivenes de la coyuntura, como los políticos o los académicos.

Algo sí ocurre actualmente con el comercio internacional. Estados Unidos, como potencia líder del mundo desarrollado, decidió hace tiempo que tenía que hacer algo para reducir la dependencia de su consumo de los que otros países tuviesen a bien producir.

Contrariamente a la idea más extendida, este giro político no comenzó con Trump y su idea de hacer grande a América (de nuevo), sino mucho antes, con los acuerdos de 1985 en el hotel Plaza de Nueva York. Un acontecimiento visto preferentemente con lentes financieros, como si fuera un acuerdo para controlar la inflación, los altos tipos de interés y reajustar los tipos de cambio, en realidad supuso un giro radical en la política de Estados Unidos, que pasó de favorecer altos tipos de interés y un dólar fuerte para facilitar la llegada masiva de dinero con el que financiar el déficit comercial y el consumo de los ciudadanos estadounidenses, en favor de una política de defensa de la producción nacional, abogada por los grandes productores agrícolas e industriales, como IBM, Motorola o Caterpillar, coaligados en favor de leyes proteccionistas.

Dado que el Congreso había empezado a tomar en consideración esta posibilidad, el Gobierno Reagan propugnó mejorar la situación comercial obligando a sus socios a revaluar sus monedas para hacer más caros los productos importados en Estados Unidos.

El problema no se resolvió, porque lo que hicieron los fabricantes japoneses de automóviles y productos electrónicos fue desplazar........

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