Ángel López

No es sólo un partido de ‘matar o morir’ en lo deportivo. Es una final, un salto al vacío sin red: el todo o la nada. Así es la Copa y la Real tuvo el infortunio de que le tocara jugar en cancha del enemigo en el primer duelo directo contra un equipo de Primera. Y en El Sadar, campo capaz de calentar hasta una pamplonica noche gélido de invierno. Osasuna está unas cuantas millas por debajo de su versión del pasado curso, pero no ha perdido todas sus virtudes, que se multiplican cuando tienen a su parroquia enfrente. La posibilidad de mantenerse vivos en los tres frentes pasa por vencer en un campo donde la Real ha cosechado alegrías recientes, aunque en este caso el empate que rascó hace un mes sólo le valdría para llevar el cruce a la prórroga y, en su caso, a la tanda de penaltis. Sí, hay un título en juego, una ilusión, pero tras la fea derrota en Bilbao, es más que eso. La Real se tiene que demostrar a sí misma cuanto antes que es la que siempre ha sido y no la pusilánime de San Mamés. Es urgente reaccionar y no sólo para presentar de nuevo las credenciales al título copero, sino para hacer ver que sin Traoré, Kubo y los lesionados no pierde competitividad. Considerando el pobre nivel que están ofreciendo jugadores como Brais y sobre todo Merino, no parece éste el mejor escenario para un ‘revival’ de la Real arrolladora y difícil de batir. Pero la Real de Imanol siempre vuelve. Nunca ha permitido que los baches se extiendan o lastren sus objetivos. Se habla mucho de la Champions y de recuperar posiciones en Liga, pero la Copa del Rey es la vía más rápida para volver a tocar el cielo.