"¡Nos pueden llamar perros! ¡Nos pueden llamar perros, porque somos fieles y leales!". Había alcanzado el punto de ebullición la vicepresidente climática Teresa Ribera, cuando proclamó su condición perruna (un desprecio a nuestros nobles compañeros de vida). Los miembros del Comité Federal del PSOE se reconocieron en esas palabras y, tras los aplausos de ordenanza, salieron a compartir gruñidos con los congregados en la calle Ferraz. Un energúmeno entrado en años se abrazó al señor Planas, ministro de Agricultura, y le animó a morder: ¡A por ellos! ¡A por los jueces también!
Desde su retiro en La Moncloa, Pedro Sánchez escuchó el revuelo de la jauría convocada espontáneamente por su partido. Debió emocionarse al ver cómo una "militante de toda la vida" renegaba de Felipe González. Su padre está enterrado con una estampita de Felipe y ella se comprometía ante el reportero de El Plural (modelo de prensa independiente): "Cuando tengamos que abrir la tumba le sacamos la foto a mi padre".
Es la fuerza que necesitaba. El aliento de los que odian. Conscientes, él y su mujer, de que la campaña de descrédito no parará, se conjuraron: "Podemos con ella". Se abrazaron. Su amor es resiliente y sostenible. Júbilo entre los miles de paniaguados que viven del contribuyente: "¡Pedro sigue!".
El caudillo de la posverdad salió al atril de su residencia e hizo un llamamiento a la jauría: "Solo hay una manera de revertir esta situación: que la mayoría social,........