Existía la posibilidad, ya lo vio Alexis de Tocqueville, de que una democracia liberal y honrosa pudiese degenerar hacia un despotismo "blando" –si es que tal cosa fuese posible durante mucho tiempo sin enfangarse en el despotismo sin más—, en el que las mayorías actuasen como tiranos respecto a las reglas de juego, a las minorías políticas y a la alternancia de gobierno, regla de oro de toda democracia sana.
Dándole vueltas a tal contingencia, escribía yo hace años que en España, el ejemplo socialista andaluz, sobre otros parecidos, había sido esclarecedor de hasta dónde puede llegar el poder de una mayoría legalmente obtenida por un partido para obstruir la alternancia democrática durante casi 40 años. Sirven también, pero menos, los ejemplos de los nacionalismos vasco y catalán.
Aun siendo muy inquietante el despotismo blando, consecuencia también de unos ciudadanos capaces de renunciar a su libertad y de sus deberes y de unas élites políticas incapaces, deformadas, disciplinadas y ciegas como una centuria romana, el peor despotismo que puede nacer de una democracia, el dictatorial auténtico y sin apellidos, surge cuando la democracia es, sencillamente, imbécil.
El gran pensador español Juan David García........© Libertad Digital