Es probable que en el ejercicio merecido de autoestima colectiva que provocó la gabarra del Athletic a su paso por el Nervión, nadie reparase que había movilizadas tantas personas como votantes en las próximas elecciones vascas. Algo más de un millón. Quizá hubiera sido procedente que la travesía hubiese arrancado, mar mediante, desde Laredo o Castro Urdiales, donde hay tantos calzones negros y mallas rojiblancas en verano como puede haberlos en Moyua. Es probable que muchos aficionados de toda España no pudiesen acercarse a la ría para, entre el mito y el misticismo aldeano, contemplar un espectáculo único. Solo por ver a Muniain, con el pecho al descubierto, como la Libertad de Delacroix, remontando el cauce, ya habría valido la pena. O entonar el "Txoria txori" de Artze, en un euskera académico, con los hermanos Williams envueltos en una ikurriña, "design style" del racista Sabino Arana, no tiene precio. Pero lamentablemente no pudimos asistir todos los que hubiéramos querido o podido.
Conozco a un hombre que, de buena mañana, cuando todavía no se ha apagado el sonido del gozne del ascensor con el último vecino trasnochador, baja al vestíbulo del inmueble en el que vive en Madrid a recoger su periódico deportivo. Imagino que ya en su casa, con el batín de guata, y a sorbos con su café, desguaza, como en la siderurgia vasca, las páginas de las diferentes secciones hasta llegar a la del........