Según los últimos trabajos llevados a cabo en España en torno al fenómeno de la corrupción, tres de cada cuatro españoles considera que los políticos son corruptos por naturaleza y por definición. Si le hubiesen preguntado a Yolanda Díaz, habría discrepado en el porcentaje, que habría situado en cuatro de cada tres. Son días tristes para Sánchez, entre Aldama y La dama, achicando agua de un barco a la deriva en medio de un océano de aguas turbulentas. Cierto es que, hasta ahora, han aplicado las recetas del tratado del buen corrupto: primero, la negación de la corrupción; segundo, el reconocimiento y la exorcización del corrupto de tu tribu política; y, por último, la atribución al rival de la categoría de corrupto mayor, en el juego pueril de la comparación delictiva. En el tiempo presente en el que Felipe González y Alfonso Guerra se erigen en sanadores del PSOE, habrá que recordarles aquel magnífico libro de Cándido sobre la sangre de la rosa socialista o el final de la hegemonía personalista de González, enfangando en la pútrida miseria de la corrupción.
Citado a Cándido, es probable que algunos desconozcan que la palabra "candidato" procede del latín "candidus" y se refería al color blanco con que los aspirantes a un cargo público vestían para demostrar la pureza de sus intenciones. Eran otros tiempos. A lo largo de los últimos cien años, la inmoralidad política se........