Ya me gustaría a mí haber tenido opción de entrar por el garaje, alejado de los flashes y de la voz acusatoria de mi conciencia —más incisiva que mil jueces fascistas, la cabrona—, cada vez que tenía que hacer el paseíllo que llevaba de las porterías de la entrada del colegio al pupitre del examen sin haber estudiado nada. Era una sensación abrumadora que se enredaba en la constatación sencilla de que absolutamente toda España sabía de qué iba el tema menos yo, tan alejado del mundo durante el último trimestre que no me sorprendería haber llegado a traficar con influencias sin haberme dado cuenta. Al final, la vida es cruel, no me quedaba otra que colocarme unas gafas de sol y caminar mirando al frente con la cabeza rígida y el culo apretado. Eso y soltar murmullos tan bajitos que la gente no supiese si lo que estaba era enlazando........