El título de hoy puede encerrar dudas sobre su contenido. Me apresuro a aclarar que no voy a entonar un cántico a la prodigalidad, tampoco una loa al pródigo, ni tampoco asumir la irracionalidad económica.
Es cierto que en el relato bíblico del hijo pródigo [Lc 15, 11-32] el padre perdona al hijo perdido –que había derrochado toda su herencia–, agasajándole a su llegada, porque estaba perdido y fue hallado, frente al malestar de su hijo mayor, por tal recibimiento.
Lo que nunca dijo el padre al primogénito es que aprendiera de su hermano y que derrochara también de todo lo que dispusiera, que, en sus propias palabras: todas mis cosas son tuyas.
En la RAE, la prodigalidad, viene también referida al desperdicio, al gasto excesivo de la propia hacienda. Sea como fuere, el pródigo, carece de........