Dos notas del autor.
1ª: que, visto el personaje, es inevitable que el título de la tribuna recuerde al de la novela Yo, el Supremo que el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos dedicó a Gaspar Rodríguez de Francia, aquél fanático y cruel dictador que gobernó en Paraguay desde 1816 a 1840.
2ª: que, como el lector podrá observar, algunos pasajes serán ficción y, por tanto, metáfora de la realidad. Dicho lo cual, comienza el relato en forma de monólogo del protagonista.
El pasado jueves, 1 de febrero, fecha en que se honra, entre otros santos y beatos, a santa Brígida de Kildare y a la beata Ludovica Albertoni, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, con la toga de magistrado del Tribunal Supremo que le había prestado su buen amigo Cándido Conde-Pumpido y Tourón se subió al estrado, tomó asiento en el lugar destinado a la presidencia, tocó la campanilla y tras solicitar al señor agente judicial que diera la voz de audiencia pública, se dirigió a los presentes y con su habitual voz impostada, dijo:
–Yo, en nombre del pueblo del que la Justicia emana, advierto que "como todo el mundo sabe, el independentismo catalán no es terrorismo" y que los jueces que así lo piensan se equivocan hasta el punto de que si siguen por esa vereda podrán incurrir en patente y grosera prevaricación. Yo soy el juez de jueces. Querer llevar al banquillo a los independentistas y no digamos, dictar contra ellos una sentencia condenatoria, traería para la magistratura española consecuencias peores que una peste. Las diez plagas de Egipto destruirán por completo la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo, dos cuevas de reaccionarios.
Apostilla a la monserga. Al parecer Pedro Sánchez olvidó incluir en su alocución al titular del Juzgado de Instrucción número 1 de Barcelona, don........