El apagón mundial en mi edificio

Se ha ido la luz en mi edificio. Me siento Santo Tomás de Aquino, escribiendo bajo una vela. La vecina del tercero, que se pasa el día leyendo periódicos estúpidos y viendo programas de televisión aún más estúpidos, ha salido corriendo por el pasillo chillando "¡ha llegado el gran apagón mundial! ¡Lo sabía!". He tratado de explicarle que no creo que se trate del apocalipsis zombie, sino que me inclino más porque el hippy del primero haya vuelto a fumar hierba de oferta y haya arrojado un cubo de agua sobre el cuadro de electricidad. El del décimo, que es más de izquierdas que Lenin y Mao juntos, alumbrando con un pequeño mechero, me ha señalado con el dedo: "¡tu maldito modo de vida negacionista sobre el cambio climático nos ha llevado a esto!". Me he limitado a apagar la llama de su mechero de un soplido, propinarle un bofetón, y culpar a la señora del tercero, también presente en la tiniebla: "Oiga, señora, ¡la violencia no conduce a nada!". Se han quedado discutiendo y yo he vuelto a mi artículo.

Este ensayo de gran apagón mundial está siendo más divertido que dramático. Por ejemplo, he invitado a cenar a casa a la vecina guapa, diciéndole que tengo un hornillo de butano para estas ocasiones y que sé cocinar pollo asado (naturalmente, voy a pedirlo a Glovo; no me gustaría morir calcinado, indigesto y a........

© Libertad Digital