Si Ferruccio Lamborghini viviera, tras oír la afrenta de Sánchez a sus coches, haría lo que hizo cuando don Eduardo Miura, a finales de los sesenta, le demandó por haberle puesto su apellido a uno de sus modelos, el más bonito y carismático de todos. El italiano cogió un Lamborghini Miura, lo montó en un camión, se presentó en Zahariche y se ofreció a darle un paseo al bueno de don Eduardo. El ganadero, a regañadientes, se montó con dificultad en el bólido y don Ferruccio, cuando todavía no había límites genéricos de velocidad, lo llevó a más de doscientos por hora por aquellas bacheadas carreteras españolas. Don Eduardo, hombre orgulloso y circunspecto, decidió que lo prudente, si le tenía apego a la vida, era ceder, jurar por todos sus antepasados que retiraría la demanda y........