Me pasó por primera vez de manera intensa -casi como una revelación- este verano paseando por las calles de un bonito municipio mallorquín y, desde entonces, no puedo evitar una cierta sensación de desasosiego cuando, por ejemplo, camino por algunos barrios de València u otras grandes ciudades. Buscábamos, entonces, un bar para tomarnos un café con leche de los de toda la vida y una tostada con tomate o aceite. I prou. Nada más. Suficiente. Con eso éramos feliz. Un bar normal.
Tras recorrer las céntricas calles de dicha localidad, lo obvio se desplegó ante nosotros con una contundencia irrebatible: no había bares normales.........