Cliff Bradley. / Levante-EMV
No sé cuántas novelas del Oeste habré leído en mi vida. También del FBI y de Ciencia-Ficción. Cuando era un crío casi nadie leía nada. Más o menos como ahora. En las casas no había libros. En la mayoría de esas casas lo único que había era hambre. En la escuela cantabas la tabla de multiplicar, te ensuciabas los dedos de tinta y todos los días había en la pizarra la consigna que nos señalaba los mejores caminos para honrar a la Patria. La Patria eran dos retratos que había detrás de la mesa del maestro. Nos decían que eran Franco y José Antonio y en medio de los dos había una cruz y a veces la cambiaban por la Virgen María. Luego nos íbamos enterando de que había muchas vírgenes con nombres diferentes. No sé cómo no acabamos locos con tanto lío de retratos, de cruces y de vírgenes cuando lo que queríamos era correr por el monte, dejarnos caer por la piedra esbarosa y jugar a titau titau con el barro de la orilla del río al lado del lavadero. En la iglesia había un Niño Jesús que llevaba la bola del mundo en la palma de una mano. El cura nos había dicho que cuando esa bola se cayera al suelo, a tomar pol saco el mundo. No te veas con la angustia que mirábamos la maldita mano cada vez que pasábamos delante de la estatua. Para colmo, veíamos la mano cada........