La NFR en Bucarest

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Cuando en 1929 Benjamin Fondane abandonó Rumania para instalarse en Francia, lo hizo, según sus propias palabras, porque “ya no aguantaba vivir en una colonia de la cultura francesa”. Soñaba con la metrópolis.

Tras ese gesto se adivina el enorme prestigio del que gozaba La Nouvelle Revue Française en el ámbito cultural rumano de la época. Ese prestigio permaneció intacto incluso después de que el victorioso vecino del Este instaurara en Rumania la dictadura comunista. Sin embargo, se convirtió en un prestigio de ausencia, ya que entonces sólo se podía tener acceso a la revista en unas pocas bibliotecas, e incluso ahí permanecía en secreto, y sólo se permitía su consulta con un permiso especial.

Un episodio trágico y grotesco, y profundamente significativo para lo que hoy celebramos, se produjo cuando la revista, acorde a su destacado papel espiritual de “rosa de los vientos”, según las propias palabras de François Mauriac, publicó en 1957 el texto de Emil Cioran llamado “Carta a un amigo lejano”.

El nombre del destinatario había sido omitido y el texto era la continuación de una reciente polémica epistolar entre el autor y su amigo y camarada de ideas Constantin Noica. Antes de la guerra ambos habían formado parte de la Guardia de Hierro, una organización terrorista y xenófoba que se proclamaba como cristiana ortodoxa. A pesar de los consejos de sus amigos, Constantin Noica muy imprudentemente envió por correo, en diciembre de 1957, una respuesta al mensaje parisino. Consciente (aunque un poco tarde) de los riesgos que había hecho correr a Noica, Cioran impidió la publicación de la respuesta, y el texto sólo circuló entre la comunidad de exiliados rumanos.

En el contexto político de la posguerra, podemos encontrar tanto en Cioran (“Sobre dos tipos de sociedad”) como en Noica (“Respuesta de un amigo lejano”) las antiguas obsesiones filosóficas y políticas de dos puntos de vista muy distantes.

Cioran vivía en su ciudad adorada, sumido en la melancolía, no desprovista de sarcasmo, que le producía la “domesticación” de sus viejas tendencias rebeldes y nihilistas, condescendiente con un mundo libre y sin privarse de ninguno de sus placeres. Noica, en tanto, sobrevivía en medio de un régimen totalitario comunista que, aunque en oposición al anterior (al cual había apoyado), a menudo le parecía igual en numerosos y aterradores aspectos. Como decía un refrán que circulaba por aquellos años en Bucarest y cuyo autor fue uno de los futuros inculpados en el Juicio a Noica: “¡Capitán!/ No se ponga triste/ La Guardia es eterna/ En el Partido comunista.”

Si en ambos corresponsales se observa el mismo escepticismo ante la democracia y su vacío moral y espiritual, es evidente que Cioran vive “resignado” en una sociedad libre y próspera, mientras que Noica fustiga la decadencia y la traición de Occidente y se pregunta si acaso no debería aceptarse la “necesidad” del régimen totalitario, aunque el precio a pagar fuera la renuncia a la libertad. Los dos lamentan, obviamente, la ausencia de Utopía en la cotidianidad de la posguerra occidental.

“Nos encontramos frente a dos tipos de sociedades intolerables […] Los abusos de la suya permiten a ésta perseverar en los suyos y oponer con mucha eficacia sus horrores a los que ustedes alimentan. El principal reproche que........

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