Arroz con pollo: ¿quién le teme a Virgilio Wou?

Los fines de semana nos juntábamos en el apartamento a fumar y a beber hasta que empezada la mañana alguien proponía lo de ir a la playa. Caracas ya era una olla caliente escupiendo balas en vez de palomitas de maíz, pero la ciudad estaba un poco mejor o quizás nosotros éramos un poco peores. Kako se había despertado minutos antes asustado por sus propios ronquidos y gritaba:

¡Pa’ la playita! ¡Pa’ la playita!

Miento. En realidad era un balbuceo imposible de transcribir que solo la repetición rigurosa de la escena, semana tras semana, nos permitía descifrar. Declamaba un par de coplas llaneras, preguntaba por las llaves de su carro, por el celular y a los pocos segundos caía otra vez en la alfombra con el sol tempranero sobre su pecho descubierto. Kako tenía la costumbre de........

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