Cómo valorar una obra de arte

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El libro de Arthur K. Wheelock Vermeer y el arte de la pintura comienza así: "Un Vermeer, como un Rembrandt o un Van Gogh, es algo más que una pintura". Esta observación no es pura retórica crítica: es una obviedad tal vez, pero lo obvio no necesariamente es simple. ¿Disfrutaríamos igualmente de un Rembrandt aunque no pudiéramos relacionarlo con su autor? Es posible, pero en la mística que establecemos alrededor del nombre y la obra de ciertos artistas, en esa vermeeridad de un cuadro de Vermeer que hemos construido, está sembrada la duda sobre la arbitrariedad de nuestras preferencias artísticas. ¿Por qué es más admirado el trabajo de Vincent van Gogh que el de Maurice de Vlaminck, siendo tan semejantes en su estilo? ¿Será que un Vlaminck, a diferencia de un Van Gogh, sólo es una pintura? ¿Qué es, entonces, ese algo más allá de la pintura que interviene en nuestra manera de percibir una obra de arte? Muchas respuestas se le han dado a esta pregunta. Los historiadores del gusto dicen lo suyo; las casas de subastas, los coleccionistas, los críticos, todos juegan. ¿La casa gana? El cuadro de Van Gogh Retrato del doctor Gachet se vende en más de 82 millones de dólares en 1990, el precio más alto jamás alcanzado en una subasta. No tengo que decir lo que habría pensado el pobre Vincent de todo esto. Pero así es y la historia se repite aquí y allá.
     Nos cuenta Robert Hughes que el pintor más famoso alrededor de 1890, en Europa del norte, no era Gustav Klimt ni Egon Schiele, ni siquiera Edvard Munch, sino un austriaco llamado Hans Makart, cuyo estudio era un verdadero "templo de peregrinaje para los coleccionistas de toda Europa". ¿Quién conoce hoy a Makart? Dos siglos atrás, Johannes Vermeer era un completo desconocido. La primera vez que este extraordinario pintor salió a la luz después de su muerte (ocurrida en 1675), había pasado tanto........

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