Ningún Leviatán
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Hace más de una década que el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se ha cansado de explicar que la pobreza extrema atenta contra la dignidad humana y, además, es un factor activo de inestabilidad e inseguridad global. Una globalización marcada por nuevas tecnologías que propician desempleo y expansión de la pobreza se ha regido, hasta ahora, por una lógica que concentra enclaves de prosperidad, margina las periferias, dentro y fuera de los países, y sigue abriendo brechas que se ahondan día con día. A la utopía de la superabundancia en un mundo radiante que sería el resultado de la revolución tecnológica postindustrial se enfrenta la realidad de millones de víctimas de la tendencia a suprimir oportunidades de empleo, como lo advierte Jeremy Rifkin en un libro lúcido: El fin del trabajo. Un sagaz empresario mexicano, Carlos Slim, ha señalado la paradoja de que, a mayor riqueza y mejores bienes y servicios disponibles en el mundo, será más grande la pobreza: a mayor oferta a precios adecuados, menor la demanda. Urge, dice, una “guerra mundial contra la pobreza”.
La creciente polarización entre riqueza y pobreza extremas es un foco latente de conflicto que puede derivar en los más peligrosos extremismos políticos. Si lo cierto es que el mundo corre hacia una era de poco o nulo trabajo en el sector manufacturero por la creciente automatización, y de privilegios para una minoría dotada de conocimientos muy especializados, es evidente que urge encontrar alternativas y definir cuál es el papel del Estado, del mercado y de la sociedad en el proceso de garantizar los derechos a la alimentación, la vivienda, la educación y la cultura.
A la sociedad no le conviene ningún Leviatán: ni un Estado ni un mercado hipertrofiados. La sociedad, alerta y participativa, tendría que ejercer una fuerza política capaz de exigirle al Estado y al mercado la inversión de parte de los beneficios de la nueva era de la información en la creación de capital social y en la reconstrucción de la vida civil.
En el informe sobre Desarrollo Humano de 1999, el pnud señalaba la conveniencia de una alianza entre ONG dedicadas a promover el desarrollo, los gobiernos, empresas locales y empresas multinacionales para lograr un objetivo común que conviene a todos, mientras que la incapacidad de los pobres para adquirir bienes y servicios no le conviene a nadie. En todo caso, es fundamental que las necesidades y aspiraciones de las mayorías puedan expresarse a través de gobiernos elegidos democráticamente. Pero la presencia de las ONG dedicadas a crear oportunidades para que la gente misma pueda llegar a satisfacer necesidades básicas es muy variable, y no en todas partes ocurre lo que en Alemania donde, en 1998, ochenta ONG se unieron para obtener un compromiso de los partidos políticos en el sentido de aumentar la financiación de la ayuda al 0.7 por ciento del PIB de ese país. No suele ocurrir, sobre todo, en los países donde la pobreza es ubicua........





















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