En las noches de este verano insoportable el ventilador gira en un tono monocorde, como si confesara su derrota ante el aire detenido. Por algún efecto acústico, de pronto parece traer palabras, el llanto de una niña, una tos lejana. Resulta asombroso que la percepción pueda entorpecerse al grado de confundir el ruido de las aspas con un quejido que reclama algo.
En ocasiones, los recuerdos llegan como las falsas voces del ventilador: nítidos, inquietantes, hasta que pierden consistencia y uno se pregunta si en verdad existieron o fueron removidos de la nada por las vacilantes aspas de la mente.
Hace 43 años yo tenía 4. Entonces pasó algo cuyo sentido ignoro pero que insiste en ganar presencia. Éramos niños burgueses del Colegio Alemán. Las fotos de aquel tiempo traicionan un poco nuestra condición. Usábamos ropas bastante malas y dispares; alguien tenía un gorro tejido, otro calcetas gruesas, vencidas sobre los tobillos, otro más un pantalón remendado como una pelota de béisbol. Ninguna prenda se ajustaba bien al cuerpo; se diría que llevábamos ropas heredadas de hermanos mayores o de primos que enfrentaban un clima muy distinto. Los almacenes aún no homologaban la ropa, de modo que las tías y las madres cosían en nuestros cuerpos sus mudables personalidades, y una pequeña tienda del Centro trataba de convencernos de que así eran las camisas.
En las fotos hace más frío que en mi recuerdo.........