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La perversión del lenguaje

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23.10.2024

La perversión del lenguaje es, de entrada, un tópico ante el cual casi nadie se siente ajeno: la sensación de que a las cosas ya no se las llama por su nombre está tan generalizada como la de que el clima empeora o la de que la comida ya no es lo que era. Hay que prevenirse, pues, contra una ingenuidad: no hubo jamás una situación de partida, desviación de grado cero entre palabras y objetos, en la que cada cosa respondiese a su nombre y hubiera un nombre para cada cosa; en su misma esencia, el lenguaje funciona, y deja hueco a la creación y al pensamiento, precisamente porque esa situación de equilibrio contable es imposible, porque a las cosas sólo cabe acercarse mediante aproximaciones y rodeos. Por otra parte, la palabra es la superficie de inscripción de todo cuanto nos pasa, y por tanto no puede evitarse que consigne nuestras miserias y nuestras glorias: registra desviaciones que son el producto de conquistas históricas de cuyo éxito sería mezquino lamentarse, o del tacto sin el cual las relaciones sociales serían insoportables: que al adulterio ya no se le llame delito ni a los negros esclavos no es una perversión, sino el reconocimiento lingüístico de un cambio en el orden de las cosas que a todas luces es fruto de un progreso. El peligro comienza, en todo caso, cuando se pretende que el simple cambio de palabra resuelva una situación injusta o, lo que es aún peor, la encubra. Y es propio del lenguaje que el peligro no pueda nunca descartarse del todo, porque la mentada imposibilidad de un balance presupuestario perfecto entre las palabras y las cosas no hace posible decir la verdad sin dejar al mismo tiempo un lugar a la mentira (recuérdese la definición de signo propuesta por Umberto Eco: “todo aquello que sirve para mentir”): a menudo la queja contra la “perversión” verbal oculta el deseo de controlar el significado de los vocablos para ajustarlo a nuestros intereses. ¿Cuándo puede, entonces, hablarse de perversión del lenguaje o de uso perverso de la palabra?
Decimos “perversión”, en este contexto, ante todo para señalar la trasgresión de tres límites a los cuales está sometida normalmente la variación lingüística. Un primer límite, el más obvio pero no el menos importante, lo establecen las cosas mismas. Sobre ellas podemos mentir, hacernos ilusiones o simplemente........

© Letras Libres


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