Un hombre mira(n)do (Ejercicio narrativo)

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–Ningún otro podía entrar por esta puerta,

pues estaba reservada solo para ti. Y voy a cerrarla.

Franz Kafka, Ante la ley

O namen, namenlose Freude!

Ludwig van Beethoven, Fidelio

El edificio resplandece, aunque no es blanco: así fue percibido tres lustros antes; y, para opiniones autorizadas, el tono perlado que debía ser su color real resultaba un tanto dulce. Sobre él había dicho el erudito arquitecto que, en verdad, la construcción centraba su atractivo en un inusitado matiz de avellana, logrado con materiales traídos desde Otumare para el revestimiento.

Se levanta en una avenida que tuvo incesante tráfico, humano y automovilístico, y estuvo rodeado en sus inicios por tiendas de moda, pequeños restaurantes, vitrinas brillantes: causas, quizá, para justificar la luminosidad de su presencia. Porque en décadas anteriores la zona fue motivo de fascinante atracción.

Lo rodearon las últimas áreas verdes de un sector agitado, en ocasiones utilizado para ferias del libro o artesanales. Además de lo incitante del lugar, el espacio incluía varias bocas del modernísimo sistema subterráneo que utilizaba la población. Y, en verdad, ni en el año 2003 cuando la prensa difundió la noticia, ni dos años después cuando se inició la construcción, y ni siquiera a fines del 2007 cuando fue inaugurado, el edificio tuvo notoriedad especial.

Mucho de eso (su estilo, los dieciséis pisos sobre el suelo, los cinco subterráneos) no resultó llamativo entonces; y hasta su resplandor parecía contribuir a que fuese naturalmente integrado a calles y negocios.

Pero el motivo determinante, se dice el Hombre que ha pasado los años recientes mirándolo (analizándolo) con cautela, pudo haber sido que, de manera simple, se trataba de la construcción de un edificio más en la ciudad versátil y de que el mismo estaría dedicado a unificar la Dirección y la Administración del actual sistema de transporte. En dos o tres avenidas había habido avisos que identificaban diversas oficinas del servicio; era natural que el gobierno o las empresas dedicadas al asunto hubiesen decidido reunir en una sola casa todos sus organismos. Construcciones frecuentes en una ciudad dinámica.

Y así fue al comienzo, aunque el cartel frontal que indicaba “Compañía Anónima Ferrovial”, para el “Centro Operativo de la misma y sus Departamentos Corporativos”, realizado por la “Gerencia de Proyectos y Néstor Trimén”, desapareció de manera discreta y la edificación quedó (esto pareció indicarlo el sabio arquitecto, cuando el Hombre que Mira pudo consultarle) bajo unas confusas siglas.

El Hombre, en la plenitud de su vida y su profesión (pero ¿cómo contarlo?), y todos (¿con una parábola?) recuerdan que el Servicio Central de Comunicaciones allí instalado, durante esos pocos años no solo sirvió como signo para dar direcciones, orientaciones y marcar pequeñas costumbres de los habitantes (“Cerca del edificio que brilla”; “A tres cuadras del Transporte”; “Bajando desde las terrazas blancas”, etc.); también podía sentirse que desde su estructura la ciudad sintetizaba actualidad, contactos múltiples hacia muchos puntos, rapidez, seguridad, eficacia y, sobre todo, ganancia en el transcurrir como si los días hubiesen adquirido elasticidad, dones positivos, una fluidez doméstica y gentil. Ejemplar sentido del tiempo.

En su portal aparecieron las raras siglas del nuevo organismo policial. Y ahora la gente transitaba con rapidez por la acera del edificio, cuyas puertas parecen alejadas, porque hay una permanente vigilancia a su alrededor; y vendedores ambulantes gritando futilezas y un Banco que realiza operaciones de personas humildes, dentro de una atmósfera impersonal. Solo adquiría cierto colorido cuando las bocas del metro arrojaban a centenares de seres también apresurados. (Porque ya ese transporte no funciona.)

No puede precisarlo, pero el Hombre que Mira cree que, desde el octavo año del milenio (cuando aparecieron las siglas), la estructura del edificio alteró el vibrante, ruidoso paisaje, aunque el gentío no lo advirtiera así. Por varios hechos. La primera en comentarlo fue su amada Myriam durante una larga tarde de amor. A él le pareció un tanto irreal lo percibido por ella, quizá porque su hermosa, tan firme en cuanto se relacionara con los otros, cambiaba de apreciaciones para sí misma con rápida frecuencia. ¿Un rasgo de su aguda práctica como fotógrafa? Al día siguiente aceptó su visión y no tardó luego el sabio (tan objetivo) en sugerir que en el edificio estaba ocurriendo una metamorfosis.

Uno de esos hechos, el más elemental, camuflado por su evidencia a los ojos de todos, fue el cambio de color. No hay testimonios acerca de esto (quizá el Hombre que Mira habría advertido algo, impulsado por Myriam –quien no podía fotografiar aquello–, y de allí que aumentara su interés), pero las inmensas paredes fueron apagándose,........

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