Pasa, Galán, pasa. Notas de dietario |
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20.176. – Ayer se celebró, adelantada, la navidad de los estudiantes. Los jóvenes reciben unos vales muy baratos con los que esa noche pueden beber sin tasa, y acuden miles de ellos no solo desde los pueblos de la provincia sino hasta de Madrid, para beber como desaforados. La ciudad queda embrutecida y a la mañana siguiente todavía se puede encontrar en los bares a algunos resistentes que se están tomando las últimas copas antes del colapso, a la voz de “¡que no decaiga!”. Esa tarde, la tarde después de la fiesta estudiantil, salgo de paseo y no muy lejos del hotel, en la calle Fray Luis de Granada, doy con uno de esos bares oscuros y tristes como hay cien mil en nuestro país, un bar hundido en relación a la acera, silencioso, para los perdedores del barrio… Se llama La Armuña. Reina una atmósfera sombría, mortecina, de establo abandonado. Hay tres mesas, un mostrador de latón, una máquina tragaperras y otra de tabaco. En la fiambrera solo se ve un cabo de un chorizo. Hay dos clientes gordos hablando con el dueño, un señor mayor, flaco, encogido en un taburete bajo, fumando Ducados, obviamente intoxicado de alcohol, y reconcentrado en sus cosas. Para animarles estos dos hombres dicen que seguro que anoche hizo buena caja, con la fiesta de los estudiantes… y que seguro que ni siquiera se ha acostado todavía. Luego los dos gordos tratan de animarle a introducir mejoras en el bar, le sugieren que siga el ejemplo de otro bar que ha incorporado una plancha, y allí, gracias a esa plancha, hacen panceta, morcilla de Burgos, y una cosa que ahora está de moda: un huevo con patatas fritas. ¡Y el tío cobra la ración a 1,70!…
Dicen esa suma como si fuera una enormidad.
–Oye, si no te costaría nada… les das panceta, salchicha, morcilla…
Detrás del mostrador el dueño sigue impertérrito, abstraído, con la mirada perdida, como si no les oyese, a pesar de la vehemencia con la que le brindan sus consejos. Él se limita a servirse un traguito de whisky dyc, luego enciende otro cigarrillo. Le pido un Ballantine’s, me lo sirve.
Es un hombre bajito, de rostro alargado, huesudo, demacrado, con una buena mata de pelo negro y grasiento. Viste con un jersey, y unos tejanos le cubren las piernecillas. De vez en cuando blasfema: “¡Me c… en Dios!… ¡Me c… en su puta madre!…” y repite un chascarrillo al principio incomprensible: “Tira, Galán! ¡Galán!” “Coño, Galán, vente pacá que nos haces falta!…” “¡Coño, Galán… Coño, Galán!”
Luego los dos clientes gordos se van, y me quedo solo con él. En la pared tiene una caricatura suya, bastante lograda: le han dibujado de cuerpo entero, pero con algo raro, una fijeza de los brazos alzados como si viese algo que le diera pánico o se le hubieran agarrotado… En esa pose recuerda el Angelus Novus de Klee, el “ángel de la historia”. Debajo, unas letras descabaladas le identifican con el nombre de “Pichardo”.
¿Usted no es de aquí? Y cuando le digo que soy de Barcelona me dice: ¿Y no conocerás a José Luis Muñoz, que tiene en la Barceloneta la pensión Salamanca? ¿No? Coño, Galán, me c… en Dios.
Le cuento que estoy aquí por una reunión de Comercial Santaguas, y dice: Los Santaguas sí tienen una empresa importante… tractores y maquinaria, y son de Roelos. ¿Los hermanos........