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Posibilidades estéticas del apetito irascible

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¡Todaví­a estoy vivo!

Es el último parlamento de Calí­gula, y de la pieza, en la obra de Camus, de ese nombre. Pese a llevar exclamaciones, aventuro que el actor debe pronunciarlo despacio y sin gritar, porque se trata de una última amenaza del emperador loco, y las amenazas son más alarmantes no cuando se enuncian a gritos, sino con frí­a e inamovible resolución. El alacrán no murió del golpe, aún se mueve: ¡Todaví­a estoy vivo! equivale a ¡aún soy peligroso!.

El parlamento me admira y a la vez me disgusta. Como ocurre casi siempre con lo que escribe Camus. ¿Por qué? Bueno, porque le falta austeridad a la frase. Nadie habla así­, y le sobra solemnidad. La solemnidad oculta casi siempre estrategias de sojuzgamiento.

¡Nadie habla así­!, reprendí­a el grandí­simo cineasta John Ford a Mauricio Magdaleno, al tiempo que le tachaba parlamentos durante el rodaje de El Fugitivo, versión fí­lmica de El poder y la gloria de Greene, cuya adaptación hizo Magdaleno y cuya fotografí­a es de Figueroa (sólo faltó el ¡Indio! Fernández para completar el trí­o dinámico del cine nacional). Un........

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