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Dios, música y mainstream

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Hay momentos en los que dos obras parecen dialogar sin conocerse: comparten obsesiones, símbolos, climas afectivos. Sin embargo, aunque puedan nacer de inquietudes similares, sus destinos culturales se bifurcan. Una es celebrada como revelación; la otra permanece en los márgenes, disponible solo para quienes saben —o quieren— escucharla.

No se trata de una oposición nueva. El pop —y el sistema que lo sostiene— está diseñado para alcanzar la máxima circulación posible. La música experimental, en cambio, opera en el territorio del riesgo, el ensayo y el error, la escucha atenta. El problema no radica en esa diferencia estructural, sino en algo más sutil: en permitir que el mainstream determine qué entendemos por novedad.

El lanzamiento de Lux, el último disco de Rosalía, volvió a poner esta cuestión en primer plano. Los adjetivos que lo acompañaron —novedoso, espiritual, iluminador— no son casuales. Dentro del pop contemporáneo y de la propia discografía de la artista, el álbum representa un desplazamiento claro. El punto crítico no es que Lux sea celebrado, sino que lo sea como si inaugurara un territorio, sin atender a exploraciones previas o paralelas que, desde otros circuitos, han trabajado zonas similares con mayor radicalidad formal.

Esto conduce a una pregunta incómoda pero necesaria: ¿quién decide qué merece ser escuchado y........

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