El ejercicio de un poder absoluto
es muy peligroso para el príncipe,
muy odioso para los súbditos y contrario
a las leyes, tanto divinas como humanas.
Spinoza, Tratado político
La separación entre la justicia y el poder está en el origen de la civilización occidental. El Antiguo Testamento la prescribe claramente. Los célebres legisladores de Esparta, Atenas y Roma –Licurgo, Solón y Numa– limitaron al poder absoluto con el valladar de los jueces. Con esos ejemplos en mente, tras atestiguar en 1672 el violento fin de la república holandesa y sus libertades, Baruj Spinoza escribió el Tratado político, su obra postrera. Y al trazar el perfil de un Estado “no bárbaro”, un Estado que respeta las libertades, aludió a un notable antecedente medieval: el Reino de Aragón.
El emblema de ese Estado no era un monarca sino un juez: el “Justicia” Juan de Lanuza y Urrea. En la Plaza de Aragón en Zaragoza hay un monumento en su honor, erigido a principios del siglo pasado para conmemorar el tercer centenario de su sacrificio. Lanuza representa la tradición liberal que enorgullece a los aragoneses (no por nada, aragoneses........