Desde los griegos hasta nuestro tiempo, las democracias se pierden por dos vías sucesivas: la demagogia y la fuerza. Los latinoamericanos tenemos muy presente cómo operan los golpes de estado, pero entendemos menos el efecto disolutivo que tiene la corrupción de la palabra (la mentira, la propaganda, el discurso del odio, la demagogia) en la vida ciudadana. En muchos casos, el poder de la palabra es más letal que el de las armas. La demagogia mató a la democracia en las ciudades griegas y preparó el derrumbe de la República de Weimar. Y en México, hace exactamente cien años, el discurso del escarnio, esparcido por un sector influyente de la prensa, desalentó y desorientó al ciudadano, y creó el escenario del magnicidio.
El 22 de febrero de 1913, muchos mexicanos presenciaron con pasividad el cobarde asesinato de Francisco I Madero, presidente electo quince meses antes por el voto popular. Los responsables individuales tienen nombre y apellido: el embajador yanqui que tramó el golpe (Henry Lane Wilson); los generales Victoriano Huerta, Félix Díaz, Bernardo Reyes, Manuel Mondragón, Aureliano Blanquet; los empresarios Íñigo Noriega e Ignacio de la Torre (entre otros). Los responsables colectivos también son conocidos: la aristocracia porfirista; los senadores (con la excepción de Belisario Domínguez); buena parte de los diputados (con excepción del "Bloque Renovador", incluido Serapio Rendón); el Poder........