Un lugar sin su muerto |
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Recuérdame
Saber en dónde están los muertos de uno, cultivarlos, llevarles flores, ir a leer a su tumba, como hacía Efraín Huerta en la tumba del poeta Antonio Plaza, o como hicimos muchos poetas en el cincuentenario de la muerte de Villaurrutia, evocar ante el monumento fúnebre obras y virtudes, que al fin los defectos ya se los llevó el tiempo y no volverán, como no volverá el cuerpo a florecer nunca de los nuncas. Al menos la constancia de que ahí está, de que ahí se desintegra minuciosamente.
Fuimos hace unos días a Granada, al Carmen de la Victoria, ese lugar prodigioso en el Albaicín, desde cuyas terrazas se mira enfrente la Alhambra y que produce las rosas rojas más grandes y olorosas que he tenido a la vista y al olfato, con ocasión de un acto literario, la presentación de un libro, mío. Al otro día, nuestro anfitrión, el director del Carmen, nos ofreció un paseo un poco al azar porque llovía y hacía frío y el de la voz la tenía mermada por un catarro contumaz y un penoso moqueo de fluir interminable.........